Estimado lector, concluiremos con este tema más arriba señalado, es con
la finalidad de educar e informar y no suplir el diagnóstico médico. Permítanme
compartir este verso: deseo que tú seas prosperado
en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma. (3Jn
1:2)
En la edición anterior, decíamos que el Evangelio de
Lucas es el único que relata la historia del buen samaritano. También incluye
cinco milagros de curación que no aparecen en los otros evangelios. Ellos son
la resurrección del hijo de la viuda de Naín (7:11–16, la curación de la mujer
que “andaba encorvada” (13:11–16), el hombre con hidropesía (ascitis) (14:1–4),
los diez leprosos (17:12–19) y la curación de la oreja de Malco (22:51).
Concluiremos
diciendo que, el cuarto evangelista, a diferencia de los sinópticos, nunca
menciona la curación de grandes grupos de personas, ni la posesión demoníaca
(aunque se habla de demonios, y se emplea el término daimonizomenos, Jn. 10:21).
Además de la resurrección de Lázaro, sólo menciona tres casos, que son, la
curación del hijo del noble de un serio estado febril (4:46–54), el hombre que
llevaba 38 años paralizado (5:1–16), y el que había nacido ciego (9:1–14).
Estos milagros de sanidad en el Evangelio de Juan no solamente son hechos
poderosos (dynameis) sino también señales (seµmeia).
Demuestran
que los milagros de curación que realizaba Cristo tenían no solo significación
física individual, local y contemporánea, sino también significación general,
eterna y espiritual. Por ejemplo, en el caso del hombre que había nacido ciego,
se hace hincapié en que las enfermedades que pueda padecer el individuo no se
deben necesariamente a pecados cometidos por ese individuo.
En
cuanto a curaciones milagrosas en la época apostólica. Si bien la promesa de
poderes de sanidad en Mr. 16:18
probablemente deba descartarse como no perteneciente al texto verdadero, Cristo
comisionó a los Doce (Mt. 10.1) y a los Setenta (Lc. 10:9). Evidentemente comisionó a los Doce por vida, mientras que,
según parece, la misión de los Setenta terminó cuando regresaron e informaron
acerca de sus experiencias (Lc. 10:17–20).
En Hechos tenemos varios relatos de milagros individuales muy parecidos a los
que realizó Cristo. El cojo de Jerusalén (3:1–11) y el de Listra (14:8–10),
el paralítico (9:33–34), y la
disentería del padre de Publio (28:8)
son casos individuales, y hay varios informes de curaciones múltiples, incluida
la de 5:15–16, y el caso único
del uso de ropa perteneciente a Pablo (19:11–12). Dos personas fueron resucitadas (Dorcas, 9:36–41, y Eutico, 20:9s), y en dos ocasiones se menciona
la expulsión de demonios (5:16 y
16:16–18). El autor distingue
entre posesión demoníaca y otras enfermedades (5:16).
Se
mencionan casos de enfermedad entre creyentes cristianos en la época
apostólica. El hecho de que ocurrieran indica que la comisión apostólica de
sanar no podía usarse indiscriminadamente para mantenerse ellos mismos y sus
amistades libres de enfermedades. Timoteo tenía un problema gástrico (1 Ti. 5:23). Trófimo se encontraba demasiado
enfermo para acompañar a Pablo desde Mileto (2 Ti. 4:20). Epafrodito estuvo gravemente enferrno (Fil. 2:30), y se atribuye su recuperación a
la misericordia de Dios (Fil. 2:27).
Lo más extraordinario de todo es el enigmático “aguijón en la carne” (skolops
teµ sarki) de Pablo, que se ha interpretado de diferentes maneras (más a menudo
como enfermedad crónica de los ojos), pero pocos lo han hecho de manera
convincente y nadie en forma concluyente. Su significación espiritual excede en
mucho su importancia como intento de realizar un diagnóstico. Pablo da tres
razones (2 Co. 12:7–10) para su
mal; <para que no me enaltezca sobremanera> (v. 7), para que se
mantuviese espiritualmente fuerte (v. 9) y como servicio personal para Cristo
(v. 10, <por amor a Cristo>). Quizás haya mayor similitud entre este <aguijón>
y el tendón contraído de Jacob que lo que se cree (Gn. 32:24–32).
El
clásico pasaje sobre la oración por los enfermos (Stg. 5:13–20) ha sido objeto de dos interpretaciones equivocadas: la que
encuentra en él la autorización necesaria para la institución de la
extremaunción para los que están in extremis, la que lo considera como promesa
de que todos los enfermos por los que se ora con fe se recuperarán. Es posible
que se emplease el aceite en la misma forma que el barro o la saliva de Cristo
(véase sup.), o sea para reforzar la fe, aunque en muchos casos puede haber
tenido valor medicinal también. Por otra parte, el aceite puede haber tenido el
sentido de separar la enfermedad del paciente y pasarla a Cristo (Mt. 8:17), como en el caso de los reyes y
otros que eran *ungidos a fin de separarlos de los demás para su función
específica. Lo importante es que el enfoque del pasaje es espiritual (o sea que
refiere la cuestión a Dios), que el sufrimiento del individuo se convierte en
preocupación de la iglesia, y que lo que se dice no excluye ni condena el uso
de medios normales de curación de que se dispone en cualquier lugar y momento.
En realidad todo este pasaje se ocupa del poder de la oración.
Curaciones
milagrosas después de los tiempos apostólicos. Estrictamente este punto no
encuadra en este artículo, pero interesa porque se citan ciertos textos como
apoyo de la posibilidad, y más todavía, de que el creyente en Cristo sea
mediador de curaciones milagrosas en nuestros días (Jn. 14:12, sup.). Es preciso tener cuidado,
sin embargo, cuando se equiparan los mandatos personales dados por Cristo a los
apóstoles con los que corresponden en general a los cristianos hoy. Estas
últimas opiniones no concuerdan con el criterio más general de que los milagros
son instrumentos de la revelación que a la vez la acompañan como elemento de
certificación. Es necesario tener sumo cuidado a fin de evitar el elemento
mágico en la búsqueda de lo milagroso. Los milagros eclesiásticos de la época
patrística, a menudo atribuidos en forma póstuma, llegan al borde de lo absurdo
en algunos casos. En consecuencia, es necesario tratar con gran cautela las
pretensiones pos apostólicas. Pero no debemos confundir esta actitud cautelosa
con la incredulidad y el escepticismo materialista de nuestros días.
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¡DIOS TE BENDIGA!
El Dr. Núñez Estrella practico medicina general y es misionero Internacional.
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