U n día, un barrendero de Alejandría encontró, mientras limpiaba una acera, una magnífica piedra preciosa. Pensó maravillado: -Será un diamante? Iré a ver al joyero para que la examine. Se dirigió al punto a ver al experto. Éste le dijo: -Es, efectivamente, un diamante. El problema es que aquí nadie podrá decirte su valor. Para saberlo, tendrías que ir a Inglaterra. -A Inglaterra! -respondió el barrendero atónito-. Pero cómo puedo ir yo allí? -Espabílate! El hombre vendió todo cuanto tenía, fue a ver a un pirata que poseía una nave y le dijo: -No tengo más que este diamante... Y es preciso que vaya a Inglaterra para que me lo valoren. Te pagaré una vez allí, cuando lo haya vendido. El pirata aceptó. Ordenó a la tripulación que le dieran el mejor camarote y rodeó de respeto a su nuevo viajero, pues se trataba de un hombre rico. El viaje se desarrolló tranquilamente. Pero, un buen día, tras haber comido, el barrendero se durmió en la mesa, con el diama...